Estoy cansado, perdido, sin motivación: por qué ya nada te llena.

Cayetana Núñez
Persona de espaldas, en penumbra, reflejando el agotamiento silencioso que muchos sienten sin mostrarlo

Hay días en los que cumples con todo… pero no sientes nada.

Te levantas, haces lo que tienes que hacer, te comportas como se espera.

Desde fuera, incluso podrías parecer alguien que “lo tiene todo bajo control”.

Pero por dentro, sientes que estás funcionando en piloto automático.
Como si vivieras en una especie de niebla.

Sin ganas. Sin brillo.
Como si hubieras perdido algo y no sabes el qué.

Y lo peor no es estar mal, sino no saber por qué.
Porque no ha pasado nada grave.
Porque no tienes motivos concretos.

Pero algo en ti te susurra que esto no es vida,
al menos no una que te llene de verdad.

¿Qué está pasando (y por qué no es solo cosa tuya)?
Esto que sientes no es raro.

Mirada reflexiva hacia el exterior, símbolo del bloqueo emocional sin motivo aparente

De hecho, está mucho más extendido de lo que parece.

Le pasa a personas con hijos.
Con pareja.
Con trabajo estable.

Le pasa a gente brillante. A personas buenas.
A quienes se esfuerzan todos los días por hacer las cosas bien.

No es que estés haciendo algo mal.

Es que, a veces, vivimos tan de cara a fuera
que perdemos la conexión con lo de dentro.

Vamos apagando pequeñas alarmas internas,
porque no hay tiempo.

Postergamos lo que sentimos para después.

Y cuando por fin paramos un poco…
aparece el vacío.
El cansancio.
Esa pregunta que da miedo:
“¿Es esto todo lo que hay?”

Esto no es pereza. Es saturación emocional.

A veces te cuesta empezar.
Te sientas frente a lo que tienes que hacer… y simplemente no puedes.

No es que no quieras.
Es que no te sale.
No hay fuerza. No hay foco.
Y entonces aparece la culpa:
“Soy un desastre.”
“No tengo disciplina.”
“Seguro que los demás sí pueden.”

Pero no. Esto no va de pereza. Va de saturación.

De una mente cansada de responder a todo.
De un cuerpo que lleva demasiado sin escuchar un “basta”.
De una energía que no se regenera porque estás en modo supervivencia.

No estás fallando. Estás agotado/a de sostener cosas que no se ven.
Y eso no se soluciona con esfuerzo, sino con permiso.
Permiso para parar. Para soltar. Para mirarte de verdad.


No es que estés mal. Es que estás agotado/a de sostenerlo todo.

Mujer de pie junto a la pared, iluminada por una luz suave, símbolo de introspección y desgaste emocional

veces no es tristeza.
Ni depresión.
Ni falta de voluntad.

A veces es simplemente agotamiento.
Un cansancio que no se arregla con dormir más ni con un finde libre.

Un cansancio que viene de sostenerlo todo en silencio,
de ser fuerte cuando nadie más lo es,
de no poder fallar… nunca.

Y claro que sigues adelante.
Porque sabes funcionar.
Porque la vida no se para.

Pero eso no significa que estés bien.

Estás cansado/a de hacerte el fuerte.
De dar respuestas educadas cuando por dentro solo quieres llorar.
De cumplir con todo… sin tener tiempo ni para preguntarte si todavía quieres hacerlo.

No es que no sepas qué te pasa.
Es que no te has dado permiso para parar y escucharte.

Y eso… eso desgasta más que cualquier otra cosa.

¿Qué puedes hacer con esto?

Persona escribiendo en una libreta, inicio simbólico de una escucha interior honesta

Lo primero: no te castigues por sentirte así.

No estás roto/a.
No eres débil.
Tampoco estás solo/a en esto.

Sentirse perdido, sin motivación o sin rumbo no es un error…
es un aviso.
Una señal de que tu cuerpo y tu mente ya no pueden sostener un ritmo que no va contigo.

¿Qué hacer con esto?

No necesitas tomar decisiones drásticas hoy.
Ni cambiar de vida.
Ni darte de baja del mundo.

Solo necesitas empezar a escucharte en serio.
Sin juicio. Sin prisa.
Con la honestidad de quien ya no quiere seguir fingiendo que todo va bien.

Quizá eso empiece por escribir en una libreta.
Quizá por hablar con alguien que te escuche de verdad.
Quizá por mirar dentro con más cariño.

O, simplemente, por hacerte la pregunta que llevas esquivando:
“¿Qué necesito yo, de verdad?”

A veces “escucharte” no es más que eso:
– Apagar el móvil y quedarte en silencio cinco minutos.
– Escribir en una libreta todo lo que te duele sin preocuparte por cómo suena.
– Salir a caminar sin auriculares.
– Llorar sin justificarte.
– Decir “no puedo” aunque la casa esté por recoger.
– Respirar antes de responder.
– Hacer algo solo porque sí. Porque te da paz. Porque te hace bien.

No son grandes gestos.
Pero son los primeros.
Y muchas veces, son los únicos que necesitas para empezar a volver a ti.

Hay cosas que no se ven, pero agotan igual


El otro día alguien me dijo, medio en broma:
«Pero si no estás haciendo tanto… ¿cómo puedes estar tan cansado/a?»

Y me quedé callada.
Porque… ¿cómo le explicas que el cansancio más duro no viene de lo que haces,
sino de todo lo que te callas?

Del nudo que se te hace en la garganta cuando no quieres discutir.
De las veces que tragas lo que sientes porque “no es el momento”.
De mantener la calma aunque por dentro te estés desmoronando.

De sostenerlo todo sin que se note.
Sin molestar. Sin pedir ayuda. Sin soltar una sola queja.

Eso también agota.
Mucho más que cualquier jornada laboral o maratón de tareas.

Pero como no se ve…
como no lo puedes poner en una agenda o marcar con un check,
nadie lo cuenta. Nadie lo reconoce. Nadie te da permiso para frenar.

Y ahí estás tú:
funcionando, rindiendo, cumpliendo… mientras por dentro te estás vaciando.

Quizá por eso estás leyendo esto.
Porque algo en ti ya sabe que así no se puede seguir mucho más.

Y no, no tienes que tener un plan perfecto.
Ni saber por dónde empezar.

A veces el primer paso es mirar dentro sin miedo y decirte con honestidad:
«Estoy cansado/a. Y tengo derecho a estarlo.»

Un primer paso no cambia todo, pero puede cambiar tu forma de mirar

Quizá no necesitas grandes respuestas hoy.
Ni un plan perfecto.
Ni una solución inmediata.

Solo un primer paso que sea tuyo.
Pequeño.
Pero tuyo.

Porque a veces, lo más valiente no es cambiarlo todo.
Es atreverse a mirar dentro sin huir.

Si has llegado hasta aquí,
si algo de esto te ha resonado aunque sea un poco…

entonces quiero contarte lo que descubrí después.
No fue una fórmula mágica.
Ni un curso salvavidas.

Pero fue el comienzo de algo distinto.
Algo que, por fin, empezó a tener sentido.

Y si has llegado hasta aquí,
si algo de esto te ha removido, aunque solo sea un poco…
eso ya es el comienzo.

Porque a veces lo que más cura no es entenderlo todo,
sino sentir que no estás solo/a en esto.
Que lo que sientes tiene nombre.
Y que sí, hay otra forma de vivir que no duele tanto.


💬 ¿Te has sentido así últimamente?
No estás solo/a.


🧠 Preguntas frecuentes cuando ya no sabes qué te pasa (pero sientes que algo no va bien)

¿Es normal sentirse así aunque “todo esté bien”?

Sí. Mucho más de lo que imaginas. A veces, aunque todo parezca estar en orden por fuera, dentro hay un vacío difícil de explicar. No estás exagerando. No estás solo.

¿Tengo que cambiar mi vida entera para sentirme mejor?

No necesariamente. A veces, pequeñas decisiones cotidianas (como darte tiempo, rodearte bien, poner límites o pedir ayuda) pueden mover más que un gran giro radical.

¿Cómo saber si necesito ayuda o solo estoy pasando una mala racha?

Si esta sensación lleva tiempo contigo o afecta tu día a día, pedir ayuda no es un capricho. Es una forma de escucharte mejor. No esperes a tocar fondo para actuar.

¿Y si no tengo ni fuerzas para empezar algo nuevo?

Entonces está bien parar. Descansar también es avanzar. No estás obligado a tener energía todos los días. A veces, solo necesitas compañía, paciencia y silencio.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *