“No sé si necesito terapia, cambiar de trabajo o mandarlo todo a paseo: solo sé que así no puedo seguir”

Hay días en los que te despiertas y, aunque no haya pasado nada concreto, sientes que algo dentro de ti está… raro. Sigues con tu rutina: trabajas, respondes mensajes, haces lo que se espera de ti. Desde fuera parece que todo va bien. Pero por dentro, estás desconectado.
No es tristeza. Tampoco alegría. Es como si algo se hubiese apagado y ya no recuerdas cuándo fue.
Te dices que es cansancio. Que necesitas dormir más. Que ya pasará.
Pero pasa el tiempo y nada cambia. Duermes, haces planes, lo intentas… y aun así, esa sensación sigue ahí.
Empiezas a pensar que igual eres tú. Que te estás volviendo exigente. Que deberías conformarte.
Pero hay una parte de ti que se resiste a aceptar eso. Que susurra bajito:
“Esto no puede ser todo.”
No estás en el suelo. Pero tampoco estás bien.
Es ese punto en el que nada va mal del todo, pero tú sabes que algo no encaja.
Y lo más difícil es explicarlo, porque ni tú sabes muy bien qué te pasa.
Solo sabes que así no puedes seguir.
Cuando lo piensas todo, pero no decides nada

Llega un momento en el que la cabeza no para. Te haces mil preguntas, pero ninguna te lleva a una respuesta clara.
¿Es el trabajo?
¿Es la relación?
¿Es la rutina?
¿Es simplemente que estás agotado por dentro?
Empiezas a imaginar cambios. Muchos. A veces radicales.
– “¿Y si dejo todo y empiezo de cero?”
– “¿Y si me voy unos meses fuera?”
– “¿Y si lo que necesito es terapia?”
– “¿Y si esto es una crisis de identidad y punto?”
Pero justo cuando te decides a hacer algo… te frenas.
Porque no lo tienes claro. Porque no quieres equivocarte. Porque parece que ninguna opción es suficiente.
Y así pasan los días. Las semanas. A veces los meses.
Lo piensas todo, pero no haces nada.
Y eso te deja una sensación rara: como si estuvieras atrapado en una especie de “limbo vital”, donde no estás del todo mal, pero tampoco estás bien. Donde no terminas de moverte, pero tampoco puedes quedarte igual.
Y ahí se activa otra idea, muy sutil, pero muy peligrosa:
“A lo mejor soy yo el problema.”
Nada más lejos. Estar así no significa que haya algo mal contigo.
Solo significa que hay algo dentro de ti que está pidiendo atención. Que quiere otra cosa. Que no se conforma con ir en automático.
Y aunque ahora te parezca que no sabes qué hacer, eso ya es una pista.
Porque reconocer que no puedes seguir así… también es una forma de empezar.
¿Y si no hace falta tenerlo todo claro para moverse?

Una de las cosas que más paraliza cuando estás así es creer que necesitas tener un plan perfecto.
Saber qué te pasa. Saber qué quieres. Saber cómo arreglarlo.
Pero a veces eso no llega. A veces la claridad no aparece de golpe.
Y esperar a tener todas las respuestas… solo alarga el bloqueo.
Lo que pocas veces se dice es que también puedes avanzar desde la duda.
Puedes moverte incluso cuando no sabes exactamente hacia dónde vas.
Hay decisiones que no cambian el mundo, pero cambian algo dentro de ti.
Y eso es suficiente para empezar.
A veces es algo pequeño:
– Apuntarte a una charla sin saber por qué te llama.
– Leer un libro que no tenías previsto.
– Escribir una frase en una libreta y dejar que te resuene.
– Dejar de forzarte a ser productivo cada minuto.
Son cosas que parecen mínimas, pero tienen poder. Porque rompen el bucle. Porque interrumpen la inercia.
Y en medio de ese movimiento, aunque sea suave, puede aparecer algo distinto: una idea, una emoción, una semilla.
No necesitas tenerlo todo claro.
Solo necesitas escucharte lo justo como para dar un primer paso.
Pequeño. Real. Tuyo.
Porque moverte no siempre es correr. A veces es simplemente cambiar la dirección de la mirada.
Lo que a mí me hizo clic (y no, no fue un gurú ni una epifanía)

No hubo fuegos artificiales. Solo una noche cualquiera, después de otro día que se me hizo cuesta arriba, me puse un vídeo que alguien había compartido.
No esperaba nada, la verdad. Pero al poco rato, una frase me dejó clavada:
“No estás perdido, solo estás desconectado de lo que importa para ti.”
Y fue como si me hubiesen dado permiso para sentir lo que llevaba tiempo callando.
A raíz de eso, me puse a buscar más. No compulsivamente, sino con curiosidad.
Vi una clase gratuita sobre propósito que me hizo pensar en cosas que había dejado aparcadas.
Después llegué a una formación sencilla, de pocas horas, que no hablaba de éxito ni de productividad, sino de reconectar con tus valores.
No fue mágica. Pero sí me tocó.
Y ese fue el primer clic: entender que no necesitaba cambiar toda mi vida, sino empezar a recuperar mi voz.
No todas las herramientas valen. Hay mucho ruido ahí fuera.
Pero cuando algo te toca de verdad, se nota. No porque te lo solucione todo, sino porque te devuelve el pulso interno.
Y eso, cuando llevas tiempo en modo automático, ya es muchísimo.
Herramientas que ayudan de verdad (y cómo distinguirlas)

Cuando estás bloqueado, todo parece demasiado. Hay tanto contenido, tantas promesas, tantas voces diciéndote qué hacer, que al final lo cierras todo y piensas:
“No puedo con esto ahora.”
Y lo entiendo. No hace falta meterse en un proceso enorme ni tomar decisiones drásticas.
A veces lo que más ayuda es lo más simple:
– Un libro que te hace una pregunta que llevabas evitando.
– Una conversación con alguien que no te juzga.
– Un vídeo que te toca en el momento justo.
– Una formación breve, bien hecha, que no pretende solucionarte la vida, pero te ofrece algo que ahora mismo necesitas: dirección, claridad, compañía.
Las herramientas están ahí. Pero no todas sirven.
La clave está en encontrar la que de verdad te habla a ti.
Esa que te remueve, no porque te promete una transformación en 7 días, sino porque te recuerda que todavía puedes elegir.
Y sí, hay formaciones que merecen la pena.
No para convertirte en otra persona.
Sino para reconectar con la que ya eres, pero habías olvidado.
Si algo dentro de ti está inquieto… no lo ignores

Puede que no sepas qué rumbo tomar.
Puede que sientas que llevas demasiado tiempo dándole vueltas a todo.
Pero si hay una parte dentro de ti que pide algo distinto, por pequeño que sea… escúchala.
Porque a veces no se trata de arreglar tu vida entera.
Se trata de mover una pieza. De recuperar una chispa. De empezar por algo que sí puedas sostener.
En mi caso, no fue una gran decisión.
Fue encontrar una herramienta que me ayudó a entenderme mejor.
Y a veces eso basta: algo que no te cambia por fuera, pero te sostiene por dentro.
Un libro, una conversación honesta, una formación que no promete milagros pero te da claridad.
Hay recursos así. Y pueden ser más poderosos de lo que crees, sobre todo cuando todo lo demás se tambalea.
👉 Si estás en ese punto, quizás te interese lo que viene:
“¿Y si en lugar de arreglarlo todo, empezara por aprender una cosa que sí pueda controlar?”
En ese artículo comparto ejemplos reales de formaciones que han sido una mano tendida para muchas personas.
💛 En Cursos en la Mira las analizo desde dentro, con una mirada honesta y sin adornos.
Te dejo algunas por si alguna resuena contigo ahora mismo.
👉 Descubrir formaciones que pueden ayudarte





